EL SURGIMIENTO DEL FASCISMO
El contexto en el cual surge el fascismo se compone de un proletariado con altos índices de desocupación y la desazón de los ex-combatientes, con un gobierno liberal corrompido cuya cabeza era el octogenario Giolitti. Pero lo más significativo era que una nueva burguesía industrial pugnaba por desplazar a las antiguas fuerzas feudales y latifundistas que se oponían a cualquier tipo de cambio. Las condiciones económicas que surgieron como consecuencia de la guerra crearon dos fenómenos paralelos: una industria pesada que se benefició y mucho con la producción de armamentos al punto de asfixiar a las medianas y pequeñas empresas, favoreciendo la concentración de capitales en las manos de los banqueros y grandes industrias como la Fiat. Esto trajo aparejado un segundo fenómeno que fue el nacimiento de una nueva clase dirigencial compuesta por este selecto grupo de grandes empresarios y banqueros, llamada a reemplazar a la antigua y desacreditada clase de dirigentes políticos. Unas pocas familias económicamente poderosas obtuvieron el poder y con él manejaron y manejan todavía a los hombres políticos que pasaron a ser sirvientes fantoches de sus intereses sectarios. Esta nueva clase dirigente encontraría en el fascismo su mejor aliado, de la misma forma que más tarde los industriales alemanes se servirían del nazismo para consolidar sus imperios económicos.
Mussolini después de haber pasado las penurias de la vida en el frente de combate (resultó seriamente herido durante el conflicto), padeció la misma frustración y enojo ante la actitud sumisa del gobierno liberal italiano ante los gobiernos aliados. Es que Italia, a pesar de haber formado parte de las potencias vencedoras, recibió el trato de un país derrotado y fue obligada a pagar cuantiosas sumas en calidad de reparaciones de guerra. Si a eso le sumamos el desencanto ideológico que para un socialista como Mussolini significó la revolución rusa, el cóctel no podía ser otro que la ruptura con el socialismo. La revolución rusa, que al principio parecía enarbolar los ideales socialistas del colectivismo y de los soldados unidos al pueblo trabajador, pronto reveló su lado oscuro con una serie de hipocresías que partirían el corazón de cualquier buen socialista, aún el de un duro como Mussolini. En Rusia el patrón autoritario y la burguesía zarista eran reemplazados por una burguesía estatal y autoritaria que para peor se componía de los mismos funcionarios zaristas, primero echados y luego vueltos a llamar, dado que eran los únicos que conocían el funcionamiento interno del estado.
Ante el fracaso de la experiencia bolchevique, Mussolini al igual que Stalin madura la idea de un socialismo nacionalista distinto del socialismo tradicional porque para poder modificar el mundo comprende que primero hay que modificar la realidad del propio país. Si se quiere era un socialismo pragmático como alternativa al socialismo utópico, brillante en el plano abstracto, pero que siempre estaba destinado a fallar en el terreno de los hechos.
EL FENÓMENO NAZI
El contexto en el cual surge el fascismo se compone de un proletariado con altos índices de desocupación y la desazón de los ex-combatientes, con un gobierno liberal corrompido cuya cabeza era el octogenario Giolitti. Pero lo más significativo era que una nueva burguesía industrial pugnaba por desplazar a las antiguas fuerzas feudales y latifundistas que se oponían a cualquier tipo de cambio. Las condiciones económicas que surgieron como consecuencia de la guerra crearon dos fenómenos paralelos: una industria pesada que se benefició y mucho con la producción de armamentos al punto de asfixiar a las medianas y pequeñas empresas, favoreciendo la concentración de capitales en las manos de los banqueros y grandes industrias como la Fiat. Esto trajo aparejado un segundo fenómeno que fue el nacimiento de una nueva clase dirigencial compuesta por este selecto grupo de grandes empresarios y banqueros, llamada a reemplazar a la antigua y desacreditada clase de dirigentes políticos. Unas pocas familias económicamente poderosas obtuvieron el poder y con él manejaron y manejan todavía a los hombres políticos que pasaron a ser sirvientes fantoches de sus intereses sectarios. Esta nueva clase dirigente encontraría en el fascismo su mejor aliado, de la misma forma que más tarde los industriales alemanes se servirían del nazismo para consolidar sus imperios económicos.
Mussolini después de haber pasado las penurias de la vida en el frente de combate (resultó seriamente herido durante el conflicto), padeció la misma frustración y enojo ante la actitud sumisa del gobierno liberal italiano ante los gobiernos aliados. Es que Italia, a pesar de haber formado parte de las potencias vencedoras, recibió el trato de un país derrotado y fue obligada a pagar cuantiosas sumas en calidad de reparaciones de guerra. Si a eso le sumamos el desencanto ideológico que para un socialista como Mussolini significó la revolución rusa, el cóctel no podía ser otro que la ruptura con el socialismo. La revolución rusa, que al principio parecía enarbolar los ideales socialistas del colectivismo y de los soldados unidos al pueblo trabajador, pronto reveló su lado oscuro con una serie de hipocresías que partirían el corazón de cualquier buen socialista, aún el de un duro como Mussolini. En Rusia el patrón autoritario y la burguesía zarista eran reemplazados por una burguesía estatal y autoritaria que para peor se componía de los mismos funcionarios zaristas, primero echados y luego vueltos a llamar, dado que eran los únicos que conocían el funcionamiento interno del estado.
Ante el fracaso de la experiencia bolchevique, Mussolini al igual que Stalin madura la idea de un socialismo nacionalista distinto del socialismo tradicional porque para poder modificar el mundo comprende que primero hay que modificar la realidad del propio país. Si se quiere era un socialismo pragmático como alternativa al socialismo utópico, brillante en el plano abstracto, pero que siempre estaba destinado a fallar en el terreno de los hechos.
EL FENÓMENO NAZI
Terminada la primera guerra mundial, el hambre y las privaciones estaban a la orden del día en toda Europa y especialmente en Alemania donde la situación social era caótica. Al bloqueo impuesto por los aliados tras el armisticio se le agregaban las reparaciones territoriales y económicas exigidas por el tratado de Versalles. La pérdida de Alsacia y Lorena le significó a Alemania una merma en su producción de hierro en el orden del 75% con respecto a sus niveles de 1914. Francia también se apoderó de las minas del Sarre y Polonia se adueñó de la parte meridional de Silesia, región industrial y minera. A estas graves mutilaciones territoriales, se le sumaba la pérdida de sus colonias en África, Asia y Oceanía quedando su economía seriamente comprometida. Las duras penas económicas impuestas en el Tratado de Versalles en concepto de reparaciones de guerra ascendía a unos 132,000 millones de marcos oro y la inflación degeneró en una hiperinflación desenfrenada hacia 1923. En medio del caos económico y político de la posguerra, los movimientos revolucionarios anárquicos y comunistas se propagaban como hongos por todo el país con líderes como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. El resentimiento y la humillación de los excombatientes, sumado a la creciente preocupación de la clase media y alta por el fenómeno revolucionario de índole comunista, abonó el terreno para un nacionalista mesiánico llamado Adolf Hitler. Con el argumento de que Alemania había perdido la guerra no en el campo de batalla sino en el campo de la diplomacia y especialmente por culpa de los dirigentes judíos y marxistas de la República de Weimar, Hitler supo aglutinar en sus filas no sólo a los movimientos de ultraderecha sino también a la burguesía y aristocracia alemana que temían al comunismo más que a cualquier otro fenómeno. El nacional socialismo era visto como una garantía contra el comunismo y su temida prédica de la distribución de los bienes. No por caso fueron los grandes industriales, que eran quienes más tenían para perder, el principal sustento económico de Hitler financiando su campaña electoral, poniendo los medios de prensa a su disposición (Hitler pudo tener incluso su propio diario) y facilitándole el acceso a los círculos de poder.
En 1919, Hitler se unió al Partido Obrero Alemán (DAP) y dos años más tarde ya era su jefe indiscutido. En 1920 Hitler estableció un programa partidario de 25 puntos, entre los que se destacaban la abolición de los tratados de Versalles y Saint-Germain, la unión de todos los alemanes en una gran Alemania, la necesidad de rearme, el racismo antisemita y el principio del espacio vital (Lebensraum), es decir, el “derecho” de los alemanes a conquistar todo el territorio extranjero que necesitasen para su expansión demográfica. A estos principios nacionalistas e imperialistas, se sumaban otros principios socialistas, como la nacionalización de las grandes empresas, el reparto de los beneficios de la gran industria y una reforma agrícola radical para atraer a los sectores más humildes de la población. Una vez en el poder, Hitler cumplió al pie de la letra sus enunciados imperialistas y racistas pero hizo caso omiso de los postulados socialistas. Una vez más la aristocracia y los grandes industriales fueron los únicos beneficiarios de una política que llevó a Alemania a la ruina. El nacionalsocialismo al igual que el fascismo en Italia, se presentaron como movimientos populares de extracción obrera pero una vez en el poder sirvieron a los intereses de sus mecenas políticos acentuando aún más las diferencias de clases entre ricos y pobres. Los sindicatos únicos se revelaron una farsa al servicio de los grandes patrones y las leyes sociales y de trabajo fueron dictadas en función del interés de los empresarios antes que del interés de los trabajadores. En cuanto al racismo, Hitler se limitó a ofrecerlo a una sociedad históricamente xenófoba como un aliciente más dentro de sus propuestas políticas. Cuando se hace referencia al racismo nazi se tendría que hablar más bien del racismo alemán intrínsecamente arraigado en su historia. A mediados del siglo XIX el poeta judío alemán Heinrich Heine, haciendo referencia al antisemitismo de su época profetizó que un pueblo que quema libros a la larga quemará también a la humanidad. Lutero, Federico el Grande, Wagner y otras grandes personalidades alemanas auspiciaron el exterminio del pueblo judío entendiendo por judío lo no alemán, es decir, los extranjeros en patria y fuera de ella. El mérito de Hitler fue saber encauzar ese perverso sentimiento alemán dándole forma al holocausto más sangriento de la historia del hombre y en apenas doce años!!!.La complicidad del pueblo alemán en el genocidio tomó la forma de una colaboración abierta y activa que por momentos superaba el fanatismo propio de los nazis. Cientos de miles de alemanes que jamás se alistaron en el partido nazi, delataban a los judíos prófugos ante las autoridades, destruían sus negocios con la complicidad del poder policial y colaboraron en los campos de exterminio realizando las más diversas tareas de barbarie. Después de la guerra, los alemanes lavaron sus culpas atribuyéndole un poder sobrenatural a la propaganda de Goebbels y a las SS que numéricamente hablando no representaban ni el 1% del ejército regular. La complejidad del sistema de exterminio que implantó el gobierno alemán con el gran número de campos de concentración que se establecieron en Alemania y fuera de ella jamás hubiese podido funcionar con el sólo personal de las SS.
En 1923 Hitler acompañado de glorias de la primera guerra mundial como el general Ludendorff y el as de la aviación Hermann Goering fracasó en su intento por conquistar el poder, en un golpe armado que tuvo lugar en Múnich. A raíz del intento de golpe, Hitler y su grupo de colaboradores fueron encarcelados en Landsberg pero antes de cumplir el año ya estarían de nuevo en libertad. Estando en prisión Hitler escribió su libro “Mein Kampf” que pronto se convertiría en la biblia del nacional socialismo. Allí Hitler exponía claramente sus ambiciones territoriales en el Este e incluso hace referencia a la solución final para el problema judío. Si los dirigentes políticos de la época hubiesen leído con atención ese libro muchos de los males posteriores podían haberse evitado. Algunos por omisión y otros en connivencia con las ideas de Hitler (entre estos gran parte del pueblo alemán que después de la guerra dijo haberse mantenido al oscuro de la solución final!!!) , permitieron que el fenómeno nazi creciera y se consolidara como una fuerza de hecho. El 30 de enero de 1933, a los 43 años de edad Hitler se convertía en el canciller más joven de Alemania. Sin embargo, Hitler que vivía convencido de que iba a morir antes de los 55 años, lamentó hasta el final de sus días no haber asumido el poder en 1923.Esta “demora” de 10 años lo obligaba a acelerar sus tiempos y en este punto se hallan muchas de las respuestas concernientes a sus doce años de gobierno. En apenas seis años transformó a Alemania en una potencia mundial y necesitó de otros seis años para causar una guerra mundial, un genocidio racial en gran escala y la destrucción total de su país cambiando para siempre el mapa político internacional.
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